UN HOMBRE ACABADO. Giovanni Papini (1913)

Yo no he buscado otra cosa. Desde niño no he vivido más que para esto. He llamado a todas las puertas,
he interrogado a todos los ojos, he pedido a todas las bocas y he sondeado en vano a miles y miles de
corazones. Y en vano me he lanzado a la vida hasta el punto de ahogarme y de vomitar. En vano, siempre
en vano, he desperdiciado mi vista en libros viejos y recientes, y me he llenado la mente de las diatribas de
los filósofos rivales, y en vano, eternamente en vano he provocado los ecos interiores y he preparado
humildemente las sendas de la revelación. Pero nada ha llegado y nadie me ha respondido.
Nadie ha contestado de forma que se anule cualquier deseo y necesidad de preguntar aún. Nada ha venido
que pueda calmar mi corazón, demasiado impaciente, y que puede saciar mi alma, sedienta como un
desierto. No, todas las tentativas y los esfuerzos han resultado inútiles. Muchas paredes se han
derrumbado, muchos se han cuarteado, hundiéndose poco a poco unos, como arena arrasada por el
viento; con gran estrépito otros, como si una nueva tierra emergiese de la antigua. Pero dentro de cada
pared aparecía el vacío; más allá de cualquier muro estaba la oscuridad, y el eco era tan extraño y singular
que a cada sí de esperanza volvía atrás un cansado “no” sin fin.
Pero no quiero una verdad que me haga palpar la sustancia más íntima del mundo; el sostén postrero, el
más sólido; una verdad que se imponga por sí misma en mi cerebro y que no me haga concebir lo que a
ella contradice; una verdad, en suma, que sea un “conocimiento”, un conocimiento verdadero y propio,
perfecto, definitivo, auténtico, absoluto.
Giovanni Papini, Un hombre acabado (1913)
13. Dichoso el hombre que ha encontrado la sabiduría y el hombre que alcanza la prudencia;
14. más vale su ganancia que la ganancia de plata, su renta es mayor que la del oro.
15. Más preciosa es que las perlas, nada de lo que amas se le iguala.
16. Largos días a su derecha, y a su izquierda riqueza y gloria.
17. Sus caminos son caminos de dulzura y todas sus sendas de bienestar.
18. Es árbol de vida para los que a ella están asidos, felices son los que la abrazan.
19. Con la Sabiduría fundó Yahveh la tierra, consolidó los cielos con inteligencia; con su ciencia se abrieron
los océanos y las nubes destilan el rocío.
Proverbios, 3:13-19
¿Qué ocurre cuando un autoproclamado “profeta”, después de intentar subir a la cima
“la montaña” (en búsqueda de lo Eterno), cae rodando por sus laderas? ¿Cuál es la reacción de
aquel que, pretendiendo colaborar en la “redención” de la humanidad, se da cuenta de que
desconoce por completo a sus congéneres? ¿Cómo puede afrontar el porvenir alguien que creyó
tener al alcance de su mano todas las respuestas a las preguntas “axiales”? Estas y otras
cuestiones se tratan y amplían en las páginas de Un hombre acabado (1913), obra del genial
escritor, periodista y apologeta toscano Giovanni Papini (1881-1956).
Desde su más tierna infancia, nuestro autor, nacido en el seno de una familia atea,
republicana y garibaldina, ya se sintió fuera de lugar con quienes lo rodeaban. Todavía siendo
un infante, el precoz Papini fue muy consciente de los defectos, miserias e imperfecciones que
padecían los hombres. A sus ojos resultaba especialmente desagradable una de las dos
oscuridades del alma: la ignorancia (la otra, para quien no lo sepa es el pecado). Con el objeto
de contrarrestar sus perniciosos efectos (máx. la inconsciencia), el florentino decidió sumergirse,
durante su adolescencia y temprana juventud, en la lectura de todo tipo de obras (enciclopedias,
clásicos de la literatura, textos patrísticos e incluso la Sagrada Escritura) para, de esta forma,
poder ir dando solución a los vitales interrogantes que lo aquejaban (y a todos los que pudieran
ir surgiendo) y, también, permitir que sus semejantes consiguieran “despertarse” de su
profundo sueño. Allá donde otros (literatos, filósofos o fundadores de religiones) habían rozado
la superficie o se habían quedado “a mitad del camino”, él, enérgico y joven intelectual,
conseguiría llevar a término aquesta empresa.
Sin embargo, el mesianismo, la ambición desmedida de Giovanni Papini, unidas a la
imposibilidad de alcanzar la “cima”, acabaron por pasarle una costosísima factura. En todas sus
interminables teorizaciones no había nada que pudiera considerarse, definitivo, sólido, acabado
y mucho menos, perfecto. Allá donde se había pretendido zanjar con contundencia cualquiera
de los interrogantes planteados, otros iban surgiendo (como si de una hidra se tratara) y la
sensación de vacío se acrecentaba. A la frustración por no haber conseguido cumplir con
ninguna de las elevadísimas metas fijadas, se unió el resquemor por haber conceptualizado en
exceso al ser humano y a su circundante realidad.
En lo más profundo de su mente (y también de su corazón), un nuevo planteamiento
comenzó a hacerse escuchar: ¿Y si en vez de haberse dedicado a ver al “otro” desde fuera (como
un mero espectador) hubiese resultado más provechoso sumergirse en la complejidad de la
vida? Así, finalizaba una primera etapa en la existencia de nuestro protagonista, que ya no se
veía más como un “hombre acabado”. A partir de ese momento, comenzaría a ver todo con
“ojos nuevos”. En este particular “renacer” del intelecto, Papini dejaba de aspirar a lo
“universal”, lo académico y lo abstracto para centrar su atención en la belleza y magnificencia
de lo concreto, lo privativo y, en definitiva, lo “cercano”. Los prados, montes, palacios, puentes
y caminos de la Toscana (sin olvidarnos, de sus gentes), se revelaban como estrellas y
constelaciones de un nuevo, maravilloso e infinito universo que merecía la pena explorar hasta
sus confines.
Aquel mismo joven que, antaño, se refugiaba en el confort de las bibliotecas y lo salones,
acabaría por contraer matrimonio (1907) y, muy pronto, sería padre de dos hijas (1908 y 1910).
A toda esta renovada felicidad (que ni las fatídicas consecuencias de la Gran Guerra conseguirían
emborronar), se uniría poco después el mayor de los dones concedidos por la Gracia: la Fe y el
encuentro personal con Jesucristo resucitado de entre los muertos (1920).

Autor: El nuevo Tahúr (2021)

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